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Pro, imagen que pudo rasgar al tiempo
Luis Humberto Espinosa Díaz
A Moisés González Navarro y Antonio Rius Facius, ambos caballeros a la antigua y, por igual, amigos generosos sin límite.
¿Quién tiene mayor combate que el que se esfuerza en vencer a sí mismo?. Hijo, cuanto puedes salir de ti, tanto puedes pasarte a mí…Yo quiero que aprendas la perfecta negación de ti mismo en mi voluntad sin queja ni contradicción. Yo soy la carrera que debes seguir, la verdad a quien debes creer, la vida que debes esperar…Si permanecieres en mi carrera, conocerás la verdad, y la verdad te librará, y alcanzarás la bienaventuranza; si quieres ser mi discípulo, niégate a ti mismo; si quieres poseer la vida eterna, desprecia esta presente; si quieres ser ensalzado en el cielo, humíllate en el mundo. Y si quieres reinar conmigo, lleva la cruz conmigo, que sólo los siervos de la cruz hallan la carrera de la bienaventuranza y de la verdadera luz.
Tomas de Kempis, Imitación de Cristo
61 años transcurrieron entre el fusilamiento del sacerdote jesuita Miguel Agustín Pro y su formal beatificación, ocurrida en la plaza de San Pedro, en Roma, el 25 de septiembre de 1988. La imagen sagrada con que el nuevo beato sería reconocido en los altares fue aquella misma con la cual se despidió de la vida el 23 de noviembre de 1927. Antes de ser ejecutado, hubo permanecido hincado para rezar con humildad, y a la hora del supremo instante abriría los brazos en cruz para abandonarse a una absoluta inconsciencia. Algunas personas han apreciado en este cuadro la imagen emblemática de la Cristiana, incluso para historiadores como Jean Meyer, sin duda este fusilamiento otorgó internacionalmente una categoría de cruzada religiosa al levantamiento armado que protagonizaban millares de católicos mexicanos.
Por mi parte, considero que la escena en que el padre Pro pierde la vida contiene una vasta carga de historicidad como ceremonia de muerte, la cual puede verse remontada en México, desde la etapa misma independiente, con el fusilamiento del también cura insurgente José María Morelos y Pavón (22 de diciembre, 1815) va sosteniendo este hilo original la ejecución de Maximiliano (14 de junio de 1867), y se transfigura el actor pero manteniendo la misma emotividad trágica hacia lo inevitable el episodio cristero con el perecimiento del padre Pro, quien por cierto, ha sido el personaje de este periodo histórico que más crédito mereció a la posteridad tomando en cuenta las numerosas biografías que se han publicado sobre la vida del jesuita, testimonios que fueron preparados incluso desde pocos días después de que fuera contada la noticia de su ejecución.
Por último, me parece que el cuadro del último minuto de la vida del padre Pro, ha representado claramente a los dos órdenes enfrentados durante el conflicto religioso de los años veinte: por un lado, se encuentra el poder militar, activo prácticamente y ejecutando sin pestañear su derecho a la violencia institucionalizada, y por otro lado, se halla el poder eclesiástico, personificado en el padre Pro, quien asume su destino encomendado a la fe que lo llevó a definirse como sacerdote del culto católico. Sería ocioso, pero sin dejar por ello de resultar significativo, que ambos órdenes se encuentran presentes en el sitio mismo de la muerte aunque, el escenario, había sido preparado desde hacía mucho por el imaginario histórico presente en la memoria colectiva. A continuación, haré una descripción de la serie fotográfica que publicó Antonio Rius Facius en su obra Méjico Cristero, tratando de rescatar aquellos momentos en que incluso hasta la ocasión de que el día amaneciera nublado dieran al episodio histórico un carácter de trágico drama.
Escena uno. Aparece el pelotón de fusilamiento que ejecutará al padre Miguel Agustín Pro: los seis soldados enfundados con uniformes oscuros se divisan rodeados por una escenografía de muros por los que escapa un follaje, y en segundo plano pueden verse curiosos o testigos a la expectativa de lo que va a venir. Por la expresión de estos soldados puede inferirse una premura por cumplir las debidas instrucciones del caso, recibidas por aquellos oficiales apostados a su lado con gesto autoritario.
Estos rostros en suspenso y la empuñadura de aquellas armas largas confirieron al cuadro cierta atmósfera donde se respira sumisión o acatamiento. En líneas generales esta imagen debe inscribirse hacia esa época dorada del militarismo revolucionario oficial, quizá lo adusto percibido en el ambiente sea una amplia muestra de ello.
Escena dos. Ahí están de pie, presentes, los principales oficiales del acto ordenado. Roberto Cruz, inspector de policía, luce soberbio inhalando con sobria tranquilidad su puro, la mano izquierda resguardada en el bolsillo de su uniforme. A su lado Antonio Gómez Velasco, integrante del Estado Mayor presidencial, de acuerdo con Antonio Rius Facius, se ha quitado la gorra militar en señal de respeto para quienes serán ajusticiados. El resto de los oficiales no desean pestañear en aquellos momentos.
Escena tres. Aparece en cuadro el padre Miguel Agustín, lo conducen dos oficiales y el sacerdote está avanzando con ambas manos unidas, al parecer visualiza ya el sitio que le han señalado sus captores. A un lado de las tres figuras, hay un militar de gesto compungido quien sigue con la vista el sitio a donde debe ser encaminado el condenado a muerte.
El carácter del ministro del culto contrasta con el número multitudinario de aquellos altos oficiales del ejército mexicano.
Escena cuatro. Segundos antes pidió al jefe del pelotón únicamente que le permitieran rezar. 1.- Ahí está el sacerdote hincado, reza, permanece a su lado en pie el comandante del pelotón, quien está de espaladas a la cámara. A un lado se encuentran esas figuras de acero que indican es el sitio de la inspección donde se practica el tiro al blanco. Por su parte, el inminente ejecutado puede distinguirse tranquilo y concentrado en el acto de orar; a través de su conducta se trasluce la solemnidad de hallarse el hombre cercano a la despedida terrenal. El señor Pro está erguido, aun cuando el suelo donde ha hincado sus rodillas parece cubierto de guijarros y filosas piedras. El comandante aguarda impertérrito, sujetándose sobre el cinto la funda de su espada.
1.- Dragón, S.J., Antonio. Vida íntima del padre Pro. México, Buena Prensa, 1940, página 365
Escena cinco. He ahí la imagen central del acontecimiento y de la serie de escenas. Vemos la imagen que ha quedado grabada para el futuro. La figura del padre Pro se halla plenamente erguida con los brazos en cruz, esperando serenamente la descarga de su pelotón de ejecución que ya tiene los máuseres apuntando hacia él. Las manos del sacerdote descansan señalando el suelo en el que rezó hincado momentos antes, en una de sus manos oprime un rosario.
2.-Es el supremo instante, y quizá sin saberlo el más importante en la vida del jesuita de 36 años.
3.-La figura del mártir con los brazos en cruz lograría perpetuarse más allá de ese tiempo de renunciación a la vida. A causa de haber extendido los brazos su saco se le ha abierto, dejando ver indiscretamente una parte de los costados de un suéter prematuramente invernal. Frente a él, los soldados apuntan impulsados por la orden del comandante que se ha colocado entre el ajusticiado y el pelotón de mando.
2.-Martínez Avelleyra, Agustín. No volverá a suceder. México, 1972, páginas 77-108.
3.-Había nacido en Guadalupe, Zacatecas, el 13 de enero de 1891. Estudió en seminarios católicos de Estados Unidos, España y Bélgica. Fue ordenado sacerdote el día 31 de agosto de 1925. Desde entonces se distinguiría por su incansable labor con grupos de pobres y obreros. Carreño, Alberto María. El P. Miguel Agustín Pro. México, Editorial Helios, 1938, 225 páginas.
Escena seis. Ha caído con los brazos en cruz, derribado sobre el suelo se sumergió en la absoluta inconsciencia. Quizá lo último que escuche sean los presurosos pasos del soldado que le dará el tiro de gracia sobre el rostro. Ya cualquier cosa es poca, más tarde caerán a su lado sus compañeros Luis Segura Vilchis, Humberto Pro y Juan Tirado Arias, también acusados de haber cometido un atentado contra el general Álvaro Obregón el día 13 de noviembre.
Por último, debajo de la imagen central donde yacieron los cuatro cadáveres aparecerá impreso por la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, un lema que el pueblo católico convertirá para siempre en epitafio: mártires de Cristo Rey.
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