eL MEJOR METODO PARA OIR CON PROVECHO

LA SANTA MISA

 

 

Este método para asistir con fruto al Santo Sacrifico de la Misa tiene la preferencia sobre otros porque evita distracciones:

  • No exige lectura de un gran número de oraciones vocales.
  • No requiere un espíritu contemplativo.
  • Es el más conforme al espíritu de la Iglesia, cuyos deseos son que los fieles estén unidos a los sentimientos del Sacerdote. Este debe ofrecer el sacrificio por los cuatro fines siguientes:

1 Fin Latréutico o de alabanza: Alabar, servir y honrar la infinita majestad de Dios, que es digna de honores y alabanzas infinitas.
2 Fin Eucarístico o satisfactorio: Satisfacer a la Divinidad por los innumerables pecados que hemos cometido.
 3 Fin Propiciatorio: Dar gracias a Dios por los beneficios recibidos de su infinita Misericordia.
 4 Fin Impetratorio: Dirigir a Dios súplicas, como autor y dispensador de todas las gracias.
Para cumplir eficazmente con estas cuatro obligaciones que tienes contraídas con Dios. Recuerda que cuando asistes a la Misa desempeñas en cierta manera las funciones de sacerdote, por lo tanto debes dedicarte del mejor modo posible a la consideración de los cuatro fines indicados.

  • Luego que comience la Misa y cuando el sacerdote, humillándose en las gradas del altar, rece el Confiteror, haz un breve examen de tus pecados, excítate a un acto de verdadera contrición, pidiendo humildemente al Señor que te perdone, e implora los auxilios del Espíritu Santo y la protección de la Virgen Santísima, para oír la Misa con todo el respeto y devoción posible.

(Al principio se puede leer, pero conforme  progreses en este método debes aprender las oraciones o emplear libremente las que tu piedad te sugiera, si ya sabes esta u otras parecidas, mucho mejor)
 ¡Miradme ¡Ho mi amado y buen Jesús! Postrado en vuestra Santísima  presencia, os ruego imprimáis en mi corazón vivos sentimientos de fe, esperanza, caridad, dolor de mis pecados y propósito de nunca jamás ofenderos, mientras que con todo el amor y toda la compasión de que soy capaz voy considerando vuestras cinco llagas, comenzando por aquello que dijo de Vos o mi buen Dios, el Santo Profeta David: Han taladrado mi corazón y se pueden contar todos mis huesos.   (Anima Christi…)

  •  En seguida, y para cumplir con las cuatro obligaciones antes dicha, divide la Misa en cuatro partes.

Primera parte: /Desde el principio hasta el Evangelio/.
Cumplirás con la primera deuda, que consiste en adorar y alabar la majestad de Dios, que es infinitamente digna de honores y alabanzas, humillándote profundamente con Jesucristo, abísmate en la consideración de tu nada, confiesa sinceramente que nada eres delante de aquella inmensa Majestad, y así, humillado con alma y cuerpo (pues en la Misa debe guardarse la postura más respetuosa y modesta), dile:
“¡Oh Dios mío! Yo os adoro y reconozco por mi Señor y dueño de mi alma y vida: yo protesto que todo lo que soy y cuanto tengo lo debo a vuestra infinita bondad. Bien se que vuestra soberana Majestad merece un honor y homenaje infinitos; pero yo soy un pobrecillo impotente para pagar esta inmensa deuda, por tanto os presento las humillaciones y homenajes que el  mismo Jesus os ofrece sobre el altar.
Yo quiero hacer lo mismo que hace Jesús: yo me abato con Jesus me humillo delante de vuestra suprema Majestad. Yo os adoro con las mismas humillaciones de mi Salvador. Yo me regocijo y me felicito de que mi Divino Jesús os tribute por mi honores y homenajes infinitos”
Aquí deja de leer y continúa excitándote interiormente a iguales actos laudatorios. Regocíjate de que Dios sea honrado infinitamente, y en algún intermedio repite una y muchas veces estas palabras:
“Si, Dios mío, inefable es mi gozo por el honor infinito que vuestra Divina Majestad recibe en este augusto Sacrificio. Me complazco y alegro cuanto se y cuanto puedo”.
No te empeñes con afán en repetir a la letra estas mismas palabras: emplea libremente las que tu piedad te sugiera. Sobre todo procura conservarte en un profundo recogimiento y muy unido a Dios. ¡Ah! ¡Qué bien satisfarás a Dios de esa manera tu primera deuda!

segunda parte: /Desde el Evangelio hasta la elevación de la Sagrada Hostia/ Dirigiendo una mirada  a tus pecados, y considerando la inmensa deuda que has contraído con la divina Justicia, dile con un corazón profundamente humillado:
“He aquí, Dios mío, a este traidor que tantas veces se ha rebelado contra Vos. ¡Ah! Penetrado de dolor, yo abomino  y detesto con todo mi corazón todos los gravísimos pecados que he cometido. Yo os  presento en su expiación la satisfacción infinita que Jesucristo os da en el altar. Os ofrezco todos los meritos de Jesús, la Sangre de Jesús, y al  mismo Jesús, Dios y hombre verdadero, quien en calidad de victima, se digna todavía renovar su sacrifico en mi favor. Y puesto que mi Jesús se constituye sobre ese altar mi Abogado y mediador, y  por su preciosa Sangre os pide gracias para mí, yo uno mi voz a la de esta Sangre adorable, e imploro el perdón de todos mis pecados. La sangre de Jesús esta gritando misericordia, misericordia, y misericordia os pide mi corazón arrepentido. ¡Oh Dios de mi corazón! Si no os enternecen mis lágrimas, dejaos ablandar por los tiernos gemidos de Jesús. Él alcanzo en la cruz gracia para todo el humano linaje, ¿y no lo obtendrá para mí desde ese altar? Si, si; yo espero que por los meritos de su Sangre preciosa me perdonaréis todas mis iniquidades, y me concederéis vuestra gracia para llorarlas hasta el ultimo suspiro de mi vida”.
Enseguida repite estos o parecidos actos con una viva y profunda contrición. Da rienda suelta a los afectos de ti alma, y sin articular palabra, dirás a Jesús desde lo íntimo de tu corazón:
“¡Mi muy amado Jesús! Dadme las lágrimas de san Pedro, la contrición de Magdalena y el dolor de todos los Santos, que de pecadores se convirtieron en fervorosos penitentes, a fin de que, por los meritos del Santo Sacrificio, alcance el completo perdón de todos mis pecados”
Reitera estos mismos actos en un perfecto recogimiento, y vive seguro de que así satisfarás completamente todas las deudas que por tus pecados hubieres contraído con Dios.
TERcera parte: /Desde la elevación del cáliz hasta la Comunión/. Considera los innumerables beneficios de que has sido colmado. En cambio, ofrece al Señor una victima de precio infinito, a saber: el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Convida también a los Ángeles y Santos a dar gracias a Dios por ti, diciendo estas o parecidas palabras:
“Vedme aquí, Dios de mi corazón, cargando con el enorme peso de una inmensa deuda de gratitud y reconocimiento a todos los beneficios generales y particulares de que me habéis colmado, y de los que estáis dispuesto a concederme en el tiempo y en la eternidad. Confieso que vuestras misericordias han sido y son infinitas; sin  embargo, estoy pronto a pagaros hasta el último óbolo. En satisfacción de todo lo que os debo, os presento por las manos del Sacerdote la Sangre divina, el cuerpo adorable y la victima inocente que esta colocada sobre ese altar. Esta ofrenda basta (seguro estoy de ello) para recompensar  todos los dones que me habéis concedido; siendo como es de un precio infinito, vale ella sola por todos los que he recibido de Vos.
“Ángeles del Señor, y vosotros, dichosos moradores del cielo,  ayudadme a dar gracias a mi Dios, y ofrecedle en agradecimiento por tantos beneficios, no solamente esta Misa a que tengo la dicha de asistir, sino también todas que se celebran en todo el mundo, a fin de que por este medio satisfaga yo a su ardiente caridad por todas las mercedes que me ha hecho, así como por las que esta dispuesto a concederme ahora y por los siglos de los siglos. Amen””.
cuarta parte: /Desde la Comunión hasta el fin/. Mientras que el sacerdote comulga sacramentalmente, harás la Comunión espiritual de la manera que te explicare al terminar este capitulo. Dirige en seguida tus miradas a Dios Nuestro Señor que esta dentro de ti, y anímate a pedir muchas gracias. Desde el momento en que Jesus se une a ti, El es quien ruega y suplica por ti. Ensancha, pues, el corazón, y no te limites a pedir solamente algunos favores: pide muchas, muchísimas gracias, porque el ofrecimiento de su Divino Hijo, que acabas de hacerle, es de un precio infinito. Por consiguiente, dile con la más profunda humildad:
“¡Oh Dios de mi alma! Me reconozco indigno de vuestros favores: lo confieso sinceramente, así como también que no merezco el que me escuchéis, atendida la multitud y enormidad de mis faltas. Pero ¿Podréis rechazar la suplica que vuestro adorable Hijo os dirige por mi sobre ese altar, en que os ofrece por mi su Sangre y su vida? ¡Oh Dios de infinito amor! ¡Aceptad los ruegos del que aboga a favor mío cerca de vuestra Divina Majestad!, y en atención a sus meritos concededme todas las gracias que sabéis necesito para llevar a feliz termino el negocio importantísimo de mi eterna salvación. Ahora más que nunca me atrevo a implorar de vuestra infinita misericordia el perdón de todos mis pecados y la gracia de la perseverancia final. Además, y apoyándome siempre en las suplicas que os dirige mi amado Jesus, os pido por mi mismo, ¡Oh Dios de bondad infinita! Todas las virtudes en grado heroico, y os auxilios mas eficaces para llegar a ser verdaderamente santo. Os pido también la conversión de los infieles, de los pecadores, y en particular de aquellos a quienes estos unido por los lazos de la sangre, o de relación espiritual. Imploro además la libertad, no de una sola alma, sino la de todas las que en este momento están detenidas en la cárcel del Purgatorio. Dignaos, Señor, concedérsela a todas, y haced quede vacio ese lugar de dolorosa expiación. En fin, ojala que la eficacia de este Divino Sacrificio convirtiera este mundo miserable en un paraíso de delicias para vuestro Corazón, donde fueseis amado, honrado y glorificado por todos los hombres en el tiempo, para que todos fusemos admitidos a bendeciros y alabaros en la eternidad. Amen “.        
Pide sin temor, pide para ti, para tus parientes, bienhechores, amigos y demás personas queridas. Implora la asistencia de Dios en todas tus necesidades espirituales y temporales. Ruega también por las de la Santa Iglesia, y pide al Señor que se digne librarla de los males que la afligen y concederle la plenitud de todos los bienes. Sobre todo no ores con tibieza, sino con la mayor confianza; y esta seguro de que tus suplicas, unidas a las de Jesús, serán escuchadas.
Concluida la Misa practica el siguiente acto de acción de gracias: “Os damos gracias por todos  vuestros beneficios, ¡Oh Dios todopoderoso, que vivís y reináis por los siglos de los siglos! Así sea”.
Saldrás de la iglesia con el corazón tan enternecido como si bajases del Calvario. Dime ahora: si hubieses asistido de esta manera a todas las Misas que has oído hasta hoy, ¡con que tesoros de gracias habrías enriquecido tu alma! ¡Ah! ¡Cuánto has perdido asistiendo a este augusto Sacrificio con tan poca religiosidad, dirigiendo tus miradas acá y allá, ocupado en ver quienes entraban y salían  murmurando algunas veces, quedándote dormido, o cuando mas, balbuceando algunas oraciones sin atención ni recogimiento! Si  quieres, pues, oír con fruto la Santa Misa, toma desde este momento la firme resolución de servirte de este método, que es  muy agradable, y que esta todo el reducido a satisfacer las cuatro enormes deudas que tenemos contraídas con Dios. Persuádete firmemente de que en poco tiempo adquirirás inmensos tesoros de    gracias y meritos, y de que jamás te asaltara la tentación de decir: Una Misa más o menos ¿Qué importa?

(Tomado del libro: El tesoro escondido de la Santa Misa. San Leonardo de Porto Maurizio. (1676-1751) Primera edición: Mayo del 2000. Ediciones el Enano del Tapanco. Apartado Postal 47-164 Col. Industrial, Mexico, D.F.) 
 
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