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GABRIEL
GARCÍA MORENO, MÁRTIR DEL CORAZÓN DE
JESÚS
Fue asesinado
el 6 de agosto de 1875, por instigación de la masonería.
•
En 1874 había consagrado la nación al Sagrado
Corazón de Jesús
•
Sus últimas palabras, al caer acuchillado, fueron:
“¡Dios no muere!”.
Era demasiado
bueno Gabriel García Moreno, Presidente de la República
del Ecuador, y eran demasiado perversas las sectas masónicas,
para que le perdonasen su purísimo catolicismo en el
gobierno de su pueblo. El progreso y la paz que florecían
en el Ecuador, bajo el mando de García Moreno, no le
salvaron del odio masónico, en todos los lugares donde
la secta existía, se formó una vasta conjura,
con el fin manifiesto de asesinarlo, como lo ha hecho tantas
veces la masonería con los que estorban a sus planes.
A unos
amigos que le aconsejaban que tomase precauciones, decía:
“¿Y bien, ¡qué anhela un peregrino
sino llegar cuanto antes a término de la jornada? No
me guardaré, no; en manos de Dios está mi suerte.
El me sacará del mundo cuando y como quiera”.
El 17
de julio de 1875 escribió a Su Santidad Pío
IX una carta en la que decía: “...ahora que las
logias de los países vecinos, instigadas por Alemania,
vomitan contra mí toda especie de injurias atroces
y de calumnias horribles procurando sigilosamente los medios
de asesinarme, necesito más que nunca la protección
divina para vivir y morir en defensa de nuestra religión
santa, y de esta pequeña República que Dios
ha querido que siga yo gobernando. ¡Qué fortuna
para mí, si vuestra bendición me alcanzara del
cielo el derramar mi sangre por el que siendo Dios, quiso
derramar la suya en la Cruz por nosotros!”
El 4
de agosto de 1875 escribía a su amigo Juan Aguirre
una carta en que, recordándole su postrera despedida,
le decía: “Voy a ser asesinado. Soy dichoso de
morir por la santa fe. Nos veremos en el cielo.”
Era el
6 de agosto, día de la Trasfiguración del Señor
y primer viernes de mes (por una casualidad que el tema amerita
mencionar, el 6 de agosto de este año fue viernes primero
de mes), como de costumbre, el Presidente comulgó or
a las seis de la mañana, y perseveró en acción
de gracias hasta las ocho. Salió a su casa. Los asesinos
espiaban sus pasos y acechaban la ocasión. El Presidente
después de haber estado un rato con su familia, se
retiró a dar la última mano al Mensaje que aquel
día pensaba presentar a los ministros. A la una salió
llevando consigo el Mensaje, y pasó por casa de los
parientes de su mejer, donde le advirtieron nuevamente del
peligro. De allí pasó al palacio del Gobierno,
pero antes de pasar a él quiso adorar al santísimo,
que por ser primer viernes de mes estaba expuesto en la catedral,
que con el Palacio forma un ángulo de la Plaza Mayor.
Como
quien sentía los peligros que le rodeaban, prolongó
también allí su oración largo tiempo,
y la hubiera prolongado aún más, si un hombre
desconocido no se hubiese acercado y le hubiera avisado que
se estaba esperando para un negocio muy urgente. Se levantó
al punto el Presidente, salió, subió las escaleras
de Palacio, y avanzaba ya hacia la puerta, cuando un hombre
de apellido Rayo que le venía siguiendo, sacó
de debajo de su capa un machete, y se lo descargó por
la espalda.
--¡Asesino!—exclamó
el Presidente... pero en un instante salieron de detrás
de las columnas varios conjurados; una nueva cuchillada de
Rayo le rajó la cabeza, otra le partió el codo,
otra le abrió la mano, dos balas le atravesaron la
frente y un empujón lo derribó del atrio a la
plaza de una altura de cuatro metros. Allí estaba tendido
en el suelo cuando Rayo bajó airado las escaleras,
y acometiéndole de nuevo, le descargó la última
cuchillada, surcándole la cabeza y exclamando: --¡Muere!
¡Verdugo de la libertad! --¡Dios no muere!—respondió
el heroico Presidente.
Mientras
los sicarios se esparcían gritando: ¡Revolución!
¡Viva la libertad!, la plaza se llenaba de gente que
acudía a los tiros y al espectáculo, sobrecogida
de terror y encendida de ira. Aún vivía el héroe.
Conducido a la catedral y reclinado al pie del altar de Nuestra
Señora de los Dolores, recibió los últimos
auxilios del cuerpo, que fueron inútiles; tomó
los últimos sacramentos; perdonó a sus enemigos,
y entregó su alma generosa a Dios; precisamente el
primer viernes de mes.
Sobre
su pecho llevaba, cundo murió, una reliquia de la verdadera
cruz, un escapulario de la Pasión y del Sagrado Corazón
de Jesús, un rosario con una medalla del Papa Pío
IX y del Concilio Vaticano I, que estaba teñida de
sangre fresca. En su bolsillo tenía una agenda con
apuntes diarios, en os primeros renglones de la última
página de aquel día había tres líneas
de lápiz que decían: “¡Señor
mío Jesucristo, dadme amor y humildad y hacedme conocer
lo que hoy debo hacer en vuestro servicio!”
Así
fue como entregó su vida García Moreno , convirtiéndose
en el mártir del Corazón de Jesús y en
modelo para otros cristianos, como lo fue para Anacleto González
Flores; quien se enfrentó tranquilamente con sus enemigos,
teniendo la calma de perdonarlos y de recordar las postreras
palabras del primero: “¡Dios no muere!”
BIBLIOGRAFÍA:
Cruzado
Español. Año XVII 1 de julio de 1975. Director:
José Oriol Cuffi Canadell, Barcelona, España.
El Mensajero
del Corazón de Jesús, Tomo XI de la 3.a Serie.—Año
XXXVIII.—Tomo LVIII, México 1911.
Ricardo
Patee, Gabriel García Moreno y el Ecuador de su tiempo.
Editorial JUS. México, 1944.
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