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El
Último Refugio de los Mártires
Viajando
hacia el Barrio del Refugio.
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Templo
El Refugio |
Apenas
transcurren 38 segundos cuando el tren ligero que he abordado
en la estación Ávila Camacho, llega a la del
Refugio, desciendo y me dirijo a la salida que da a la calle
Herrera y Cairo, al salir del túnel me bañan
de frente los rayos solares -estoy volteando hacia el oriente-;
en esta dirección se encuentra el objetivo, a mi derecha,
sobre el amplio camellón central de la Avenida del
Federalismo (antigua calle Moro), reposa la pequeña
capilla de Nuestra Señora del Refugio -de aquí
la denominación del Barrio-, fijado en su única
torre, se ve un vetusto reloj el cual marca las 11:16 a.m.,
-el semáforo está en verde, además es
poca la afluencia vehicular-, atravieso la Avenida y después
de caminar una cuadra, detengo mis pasos en la esquina de
Mezquitán; al lado izquierdo, se trunca la calle, la
obstruye el Jardín del Refugio, su construcción
data de hace aproximadamente tres lustros.
El
Refugio de los mártires visto por fuera
Estoy
mirando de frente la finca en la que vivieron hasta sus últimos
días Jorge y Ramón Vargas González, y
que fue el último refugió de Anacleto González
Flores: la casa esta ubicada en el corazón del barrio,
precisamente en la esquina noroeste que forman las calles
Herrera y Cairo y Mezquitán. El frontis de la casa
está sobre la acera de esta última calle, la
numeración asciende de sur a norte, a ésta le
corresponde el 405. La fachada del inmueble es bastante sobria,
despojada completamente de adornos superfluos, la sobriedad
exterior refleja la interior.
Lo que
veo es una puerta de acceso de madera maciza –barnizada
en color miel-, en cada una de las hojas esta colocado un
postigo enrejado; a los lados de la puerta se ven dos ventanas
tan altas o más que aquella, con sencillos enverjados
en color negro, no están ahí para lucir sino
para proteger. Otro elemento que resalta la sobriedad de la
construcción, son los ladrillos de cantera gris que
enmarcan la puerta, ambos ventanales, el nacimiento de los
muros y que sirven como remate en la azotea. Sin ser elegante,
esta composición de elementos hace que la finca resulte
agradable a la vista.
La
impiedad actual contra el Refugio
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Casa
de la Familia Vargas González |
Casi inconscientemente
comparo sus muros con otros, en los cuales se ha cebado la
actividad vandálica; veo que la mano del vandalismo
no se ha detenido en los de éste Refugio. El bárbaro
Atila se detuvo a las puertas de Roma, por reposar en ella
los cuerpos de los mártires; guardadas todas las distancias,
es un innegable que un signo distintivo de la decadencia moderna,
consiste en carecer del temor de Dios; realmente causa pena
ver como aún las canteras centenarias de los templos
son pintarrajeadas; y lo peor de todo, por la mano de jóvenes
salidos de hogares católicos.
Respeto
que merece el Refugio
En estos
tiempos de descarada impiedad, es cundo mas debemos trabajar
por preservar el patrimonio histórico que nos han legado,
los héroes y los mártires jaliscienses. Respetadas
o no por los vándalos citadinos, las paredes de Mezquitán
405, guardan la memoria de sublimes acciones escenificadas
por varios prohombres de la Cristiada. Es patente que los
sucesos que se verificaron dentro de ellas -hace ya casi ocho
décadas-, influyen en el exterior de la casona para
darle a toda ella un hálito de respeto y hasta de veneración;
a quienes sabemos algo sobre su historia, tan sólo
el verla, nos inspira un sentimiento de homenaje, el cual
va en aumento al conocer sus interiores.
El
Refugio a casi un siglo
Este
lugar ha subsistido casi intacto por un espacio de nueve décadas,
esto es notable pues muchas construcciones de su entorno han
desaparecido por completo: todas las que se localizaban a
sus espaldas, por la calle Moro, y que cuando se hizo la línea
uno del tren ligero, cambió su denominación
por Avenida del Federalismo; también desaparecieron
totalmente las manzanas sur este y sur oeste, debido a la
construcción del Jardín del Refugio, el cual
limita al este, al oeste, al norte y al sur respectivamente
por las calles: Mariano Barcenas, Federalismo, Herrera y Cairo
y Joaquín Angulo.
Mil veces peor que el graffiti, la piqueta del progreso se
ha detenido hasta hoy –hora sí como Atila-, en
el último refugio de los mártires, es que un
recinto en donde se guarda la historia de los hombres que
derramaron su sangre por la libertad de conciencia, no será
abatido mientras exista alguien que considere con toda seriedad,
que si el ejemplo de los mártires, por su valor, entrega
y santidad es digno de ser imitado; también es digno
de ser conservado este lugar, en donde recibieron la formación
que no los dejó titubear en aquel trance. La casa de
Mezquitán 405, debe pasar a la posteridad como un valioso
testimonio, para que las actuales generaciones y las venideras,
sepan que en ese lugar se gestó la libertad de la religión
que ahora profesan, pues que de ahí salieron varios
mártires que pronto serán beatificados, y otros
que tal vez nunca conoceremos, porque antes de la llegada
del “maistro Cleto”, y también a causa
de la persecución, ya se habían alojado con
los Vargas varios sacerdotes y seminaristas; al respecto aquí
tenemos el testimonio de María Luisa Vargas González,
quien hace diez años lo plasmó en su libro titulado:
Yo fui testigo:
“... los sacerdotes escondidos huyendo de aquí
para allá, ellos no podían vivir en sus domicilios,
fue así como les buscaban... casas de familias cristianas
que quisieran hospedarlos; y así un día llegó
el Padre Lino Aguirre (después Obispo de Sinaloa)”.
El testimonio
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En
el círculo se señala la loza de mármol
blanco colocada en el inmueble como testimonial. |
Pensando
en la preservación testimonial del inmueble, la Señorita
María Luisa colocó hace tiempo, en la parte
superior de la fachada, entre las canteras que enmarcan la
ventana izquierda y la puerta, una loza de mármol blanco
de aproximadamente 60 X 30 CMS., en la cual su puede leer
lo siguiente:
“Anacleto González Flores
Jorge Vargas González
Ramón Vargas González
1º de abril de 1927”.
Junto
con el recuerdo de estos tres nombres, vienen a la memoria
los hechos que se escenificaron la madrugada del viernes Primero
de abril y Quinto de la cuaresma de aquel año de intolerancia.
La casa fue cateada con toda prepotencia por los agentes de
la Policía Secreta, dirigida en ese tiempo por Atanasio
Jarero; todos estos hechos concluyeron con el martirio y muerte
en el Cuartel Colorado de Anacleto González Flores,
de los hermanos Jorge y Ramón Vargas González
y de Luis Padilla Gómez.
El
encuentro con la última ocupante del Refugio
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Encuentro
con la últma ocupante del Refugio. |
Antes
de tocar el timbre de la casa, fijo mi vista en la finca durante
un largo rato: La puerta de acceso; las ventanas; las canteras
y la loza. Dentro de la vivienda no se escucha ni el más
leve rumor -en la calle también reina la tranquilidad-,
sólo se ve a uno o dos transeúntes y un automóvil
se desliza lentamente por la calle Herrera y Cairo; parece
que el entorno exterior se mantiene a propósito para
respetar la tranquilidad de aquella finca; el clima contribuye
también a tonificar aquel ambiente de paz; por la noche
ha caído una ligera llovizna sobre toda la zona metropolitana,
el cielo se ve limpio, ahora sí, es azul cielo, unos
pequeños nimbos de nubes viajan arrastradas por el
viento y –a pesar de que ya casi es mediodía-,
los rayos del sol no son quemantes.
Me decido a tocar el timbre, a los pocos segundos se escucha
el chirriar de un cancel, alguien abre el postigo de la hoja
izquierda, es la señorita Vargas González.
Mientras se cubre los rayos solares con la mano izquierda,
pregunta:
¿Quién es?
(Aclaración a los lectores: no es la primera vez que
el autor visita a la señorita Vargas González)
Respondo: Se acuerda que el otro día le traje a regalar
un fistol con el busto de Anacleto.
Queda algo pensativa, e inmediatamente dice:
Claro que sí
Abre enteramente y saliendo de la casa, y caminando algunos
pasos llegamos hasta una de las ventanas.
Le señalo la loza de mármol, mientras hago referencia
a las palabras escritas en ella. Estas son la referencia obligada
para conversar de nuestro tema.
Refiriéndose a la loza, dice ella:
Yo la mandé poner pensando que me iba a morir –y
como en son de broma, añade: pero ni me he muerto.
Ahora
sí, dentro del Refugio
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Srita
María Luisa Vargas González |
Me invita
a pasar, mientras caminamos dice:
Hay Dios mío, ya casi no puedo caminar.
Yo la sigo, es evidente lo que acaba de decir, al dar el paso
su pierna derecha se dobla hacia el mismo lado. Cruzamos el
zaguán y llegamos a un pequeño recibidor, limitado
por un cancel negro, ahí se encuentran dos equipales
tipo mecedora, uno frente a otro, con los respaldos, al sur
y al norte, respectivamente; un sillón y una mesita
redonda al centro. Desde la entrada a la casa se siente cierto
arrobamiento: estoy entrando al lugar en donde se reunía
Anacleto con sus agremiados.
La amable
anfitriona me invita a sentarme, ella ocupa el equipal que
tiene su respaldo en dirección al sur; yo ocupo el
sillón lateral; frente de mí -en dirección
al poniente-, están: el patio central, a los laterales
las habitaciones y al fondo el corral; todos estos lugares
tienen algo particular en los sucesos de la persecución
religiosa, en especial en los del 1º de abril de 1927.
Antes
de entrar al tema, y para preparar la plática, comento
lo apacible del lugar y su bonito arreglo, se ven muchas macetitas
con florecillas de diversos colores; ya en el piso, ya sobre
pequeñas mesas, -se nota el toque de una mano femenina
en aquel acomodo-.
Le digo el motivo de mi visita, traigo conmigo un periódico
local en donde se informa de las próximas beatificaciones,
en las cuales entraran sus hermanos: Ramón y Jorge.
Me pregunta de nuevo: ¿Dijo algo de las beatificaciones?·
Anacleto
en casa de los Vargas González
Para
entrar al tema le pregunto que cómo se desarrollaron
aquellos episodios.
Hace un pequeño preámbulo, aunque tiene mucho
tiempo sin ejercerla, todavía tiene los hábitos
de su profesión como maestra normalista:
La persecución estaba en su clímax, el levantamiento
armado ya se había iniciado, se necesita un jefe, Anacleto
había sido el promotor del boicot –resistencia
pacífica-, ahora también tenía que haber
un jefe, y no había otro mejor que el Maestro, la designación
recayó sobre él.
Sigue hablando sin titubeos:
Los de “la secreta”· buscaban a Anacleto
como si fuera un perro rabioso; sus amigos tenían que
estarlo escondiendo en un lado y en otro.
Antes de continuar su narración aclara que Anacleto
llego a su casa a causa de un accidente:
Aquí lo trajeron porque el carro en que lo llevaban
se descompuso, si no aquí no hubiera pasado nada.
Cuando dice la palabra “no”, la reafirma moviendo
su índice a izquierda y derecha. Esta aclaración
manifiesta su honestidad y su lucidez mental, no se vanagloria
de nada:
“...cuando al cruzar Herrera y Cairo y Moro (hoy Federalismo)
el coche sufrió un desperfecto, se paró. ¿Adónde
ir? Los ocupantes temblaron, ¡si nos agarran aquí!.....
Alguien dijo: -Ahí en Mezquitán 405 viven los
Vargas. –Ahí, ahí, dijo Don Nacho Martínez,
que era quien lo cambiaba; a pie fue conducido El Jefe a su
nuevo hogar...”
Para dejar bien puntualizado el detalle le pregunto:
¿Hubo temor?¿ Cómo fue la reacción
de la familia? :
“Por la noche cuando nos reunieron a cenar a todos nos
dimos cuenta de lo acontecido: Anacleto “El Maestro”
estaba en casa y se iba a quedar con nosotros por algún
tiempo; ya habíamos tenido en casa a varios sacerdotes...
pero nunca al “Jefe de los Cristeros”, la responsabilidad
de alojarlo era enorme, pero imposible cerrarle las puertas,
¡eso nunca! Nadie protestó, la reunión
fue breve, no hubo discusiones...”
Para encaminar
la conversación hacia nuestro tema, le pregunto:
Recuerda alguna anécdota de la estancia aquí
de Anacleto
Llevándose la palma de su mano derecha a la frente
y volteando hacia el patio, responde:
“...tenían tal arrastre sus palabras, tan profunda
y clara su mirada que... todos quedábamos estáticos;
cuando él hacía uso de la palabra convencía,
no había duda, era un predestinado...”
Y de sus hermanos, recuerda algo:
Me acuerdo de la siguiente conversación de nuestro
distinguido huésped con Ramón:
Cuando Ramón cursaba el 4to año de Medicina,
un día al llegar a la casa, con su bata blanca, el
Maestro le pregunto;
A: Qué tal “colorado”, de donde vienes...
(Ramón era pelirrojo, de ahí el apodo)
R: De curar al hijo de una pobre mujer...
A: Colorado ve a curar a nuestros heridos en el cerro...
R: No Maestro yo soy hombre de paz...
A: Esta muy bien que pienses así, sigue estudiando...
Aprehensión de Anacleto, Florentino, Jorge y Ramón
Para guiar
la plática, le pregunto algunos pormenores de la aprehensión;
de nuevo primeramente hace un preámbulo, siempre de
gran interés:
Mi papá,
el Doctor Vargas, tenía una botica por la de Herrera
y Cairo... como a las cinco de la mañana alguien tocó
pidiendo una medicina; este fue el pretexto de la secreta
para entrar a la casa, se les entregó la medicina pero
por la ventana, de nuevo tocan, ahora por la puerta de Mezquitán,
mi mamá abre el postigo, inmediatamente Atanasio Jarero,
jefe de la secreta se pone enfrente y le dice:
¡Abra señora en nombre de la ley¡, ¡traemos
orden de catear esta casa¡
Nuestra narradora hace la siguiente aclaración:
Para esto, los secretas de Jarero, ya habían escalado
los muros, tenían la casa completamente sitiada.
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Florentino
se encara con los de la secreta. Pidiéndoles que le
enseñen la orden de cateo. Un secreta llamado Graciano
Ochoa, segundón de Jarero, lo amenaza con su pistola
reglamentaria, mientras le grita:
¡Aquí está la orden!, Ante esto Florentino
se ve obligado a franquearles el paso.
“...bien pronto la casa se llena de secretas; son seis,
pero parecen mil, por cómo se desparraman por toda
la casa; uno va cubierto con un capote azul, dizque viene
directamente de México. ·
Dirigiendo
la mirada sucesivamente a distintos puntos de la azotea, la
hermana de los próximos beatos, dice:
En aquel
ángulo estaba une secreta, más allá otro
y de este lado otro, (al decir esto parece estarlos viendo),
cada cual con su pistola en la mano, no eran soldados, vestían
de paisanos:
Volteando hacia el fondo de la casa, sigue diciendo;
Claro esta que buscaban al Maestro, parece que lo estoy viendo
parado dentro del comedor, esta visiblemente perturbado, pues
mas que por su vida, teme por nuestra familia que tan bondadosamente
le ha dado asilo.
Un secreta
lo ve y le espeta en plena cara: ¡Un paso más
y lo mato!
Anacleto permanece en inmóvil, poco después
entra Jarero y tomándolo bruscamente de la pechera
del pantalón, se dice a sí mismo: ¡este
es!
Empieza
el interrogatorio, la víctima permanece callada, Atanasio
Jarero blandiendo la pistola 45 -como para amedrentarlo-,
le da un cachazo en el hombro; Ramón sale a su defensa,
pero la prepotencia del agente se encuentra desatada:
¡También para ti tengo ca*%$n?, y lo golpea con
su arma.
El
Maestro y sus discípulos son llevados al Cuartel Colorado
No hago
ninguna pregunta, dejo que la ex maestra siga su narración:
El Maestro ya estaba sentenciado a morir fusilado desde tiempo
antes; de mis tres hermanos, Dios sólo escogió
a Jorge y a Ramón, Florentino fue dejado en liberad...
Al decir lo último dirige su mirada hacia un pequeño
marco, en donde, protegido por un cristal, se ve un papel
amarillento, que tiene este encabezado:
Mire ahí aquí tengo este documento.
1
María Luisa Vargas González. Yo fui testigo.
Pág. 11. Guadalajara, Jal. 1994.
·La
memoria inmediata de nuestra anfitriona ya no es tan efectiva,
se debe tomar en cuenta que tiene noventa años de edad,
pero los acontecimientos de los que aquí trataremos
están bien grabados en su memoria, al grado de que
al contarlos parece estarlos viviendo; todas sus palabras
son bien compatibles con la versión que escribió
hace diez años en su libro antes citado; es por eso
que en este escrito nos tomamos la libertad de tomar párrafos
enteros, poniéndolos en el contexto de la entrevista.
· El tiempo de las persecución religiosa, existía
la llamada Policía Secreta, compuesta en su mayoría
por gentes sin cultura, que por quedar bien con sus jefes
hacían cualquier cosa. Popularmente se le conocía
como “la secreta”, y a sus agentes “los
secretas”. Por esto son comunes en este escrito frases
como: el secreta, un secreta, los secretas, etc.
2 Op. Cit. Pág. 13
3 Op. Cit. Pág. 14.
4 Bis.
5 Op. Cit. Pág 24
· Se conjetura que este personaje pudiera ser el agente
especial de Plutarco Elías calles, llamado Valente
Quintan, quien investigó el atentado contra Obregón
en el que incriminó al Padre Miguel Agustín
Pro.
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