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Un hombre con historia. Charla sin café con Antonio Rius Facius

Luis Humberto Espinosa Díaz

Detesto al sabio que para sí mismo no lo es.

Marco Tulio Cicerón

¡Toca al pueblo decir lo que desea!
Si no se inclina al arte de leer y escribir que le
imponen los intelectuales, razones tiene para 
ello, porque otras son sus necesidades espirituales,
más apremiantes y más legítimas. Tratad de
comprenderlas y ayudadlo a satisfacerlas.

            Romain Rolland,   Vida de Tolstoi

 

Nacer no es sólo venir al mundo, en que juntas
persisten y se suceden la vida y la muerte; nacer es
proclamarse; nacer es arrancarse de la masa sombría
de la especie(…) quererse ir, levantarse con el
arranque de los libros que se leen de pie, de los libros
radicalmente insumisos.

                                               José Vasconcelos
                       

 

 

Desde su ventana puede ver el desarrollo de la ciudad. En su sillón de lectura tranquilamente reposa en las tardes, por cierto, el mismo mueble que generosamente ofrece a cualquier visitante ocasional. Una luz de bombilla cerca de un rústico escritorio alumbra con intensidad decenas de libros cuidadosamente encuadernados en piel, al gusto exigente de don Antonio Rius Facius. Cerca de su área de trabajo conserva varios pequeños retratos ovalados de sus seis hijos; también ha colocado una enorme foto familiar, donde más que una familia el conjunto parece un sólido grupo de amigos. En esa misma área don Antonio acostumbra leer y releer a sus predilectos autores: Azorín, Alfredo Maillefert, Oscar Wilde, Miguel de Cervantes, entre otros. Algunos los conoció, intimó con ellos y conserva con fidelidad sus recuerdos, acumulados éstos en cálidas dedicatorias. El cronista Artemio de Valle Arizpe preside con su voluminosa producción la biblioteca. Corresponde a José Fuentes Mares, entrañable amigo de juventud, un lugar especial en la amplia estantería de oloroso cedro, empezando por Poinsett. Historia de una gran intriga, título dedicado desde 1951 cuando el autor había recorrido archivos estadunidenses en busca de pistas sobre el personaje clave en la historia de la primera mitad del siglo XIX mexicano. Dos obras respecto al conflicto religioso de 1926-29 han sido preservadas por el coleccionista: El caso ejemplar mexicano de Miguel Palomar y Vizcarra, quien desde el año de 1945 le desearía éxito como investigador al “joven lector” Rius Facius; igualmente Concepción Acevedo de la Llata, la famosa “madre Conchita”, alguna vez le compartió sus vivencias y cierto día le entregó varios lápices que pertenecieron a José de León Toral, católico integrante de la ACJM que cambió su humilde vida por la de Álvaro Obregón.

Don Antonio es un hombre bien erguido, con brazos sólidos que en cierta época practicaron el frontennis, deporte favorito incluso del general Plutarco Elías Calles, y aun ahora empuñan esos brazos el volante para conducir por la ciudad de México, esa misma urbe donde este poeta aprendería a caminar, crecería y en incontables ocasiones la ha recorrido para disfrutar su larga vida de 87 años. Sin embargo, este detalle no le impiden a quien los lleva seguir adelante siempre, siendo útil a sus semejantes y aprender todos los días de cualquier ocasión nueva. En casa disfruta siempre de la compañía de su esposa Amalia, y de Tere y Florina, amables muchachas. Don Antonio conserva una brillante memoria, y su charla demuestra un vocabulario amplísimo, no obstante que como miembro de la generación de Juan José Arreola cursó estudios formales sólo hasta nivel secundaria; sin embargo, un tenaz aprendizaje de carácter autodidacto le ha proporcionado una rica cultura en temas históricos y literarios. Por si lo asentado fuera poco, don Antonio sabe también tocar el piano, pinta bellos cuadros y ha tomado extraordinarias imágenes fotográficas en sus múltiples viajes por el mundo que atesora con celo en un muy bien ordenado álbum familiar.

Hacia los años 1940 y 1950 mediante el sacrificio de muchas horas de trabajo en la oficina o de su valioso descanso, Rius Facius recopiló material y pudo escribir su acreditada trilogía histórica sobre la Asociación Católica de la Juventud Mexicana(ACJM):De don Porfirio a Plutarco(1958), Méjico Cristero(1960), y La juventud católica y la revolución mexicana(1963). Sin duda que a un gran número de lectores éstas y otras obras les ha producido satisfacción enorme, tanto por su contenido como por la calidad narrativa del prolífico escritor.

 

***

I.- Primeros años y ambiente familiar

 

—Don Antonio, ¿cómo se definiría usted mismo:  escritor, historiador, poeta?

R. Como una persona inquieta, a quien le ha gustado conocer el porqué de las cosas, simplemente. He tenido oportunidad de extender esas investigaciones muy personales, muy anárquicas, porque no llevaba yo un método determinado. No tuve estudios escolares, de manera que mis investigaciones no son producto más que de una inquietud personal, sin mayor mérito que el que se le pueda atribuir a lo que he dejado escrito.

¿Cuáles son sus primeros recuerdos respecto a su infancia en la ciudad de México?

R. Bueno, empecemos por decir que yo nací en la capital el 23 de septiembre de 1918. Mis recuerdos, entonces, siempre están estrechamente ligados todos con México, salvo el pequeño lapso de tiempo de mi infancia que estuve en Ribé, el pueblo de mis padres allá en España. Eso fue cuando tenía entre tres y cuatro años de edad. Del pueblo de mis padres conservo recuerdos muy nebulosos, estuve cuatro o seis meses más o menos.

—¿Qué podría decir sobre sus años escolares?

R. Mis años escolares los recuerdo con nostalgia y con tristeza porque no supe aprovecharlos. Es que no tuve yo realmente, sin que deje de ser excusa, desde luego, una guía adecuada para aplicarme a los estudios, de manera que como resultado, pues fui un regular estudiante.

—Don Antonio, ¿cómo era la escuela de su época?

R. La escuela de mi época era una escuela más personal; lo explico con todo detalle en mi libro autobiográfico Un joven sin historia 1.: allí hago un relato muy detallado de mis experiencias infantiles. Estudié primero y segundo año en una escuela de párvulos; era una escuela de señoritas propiedad de unas vecinas de apellido Dávalos, que vivían enfrente de mi casa en Jesús Carranza 17 o 19. Ellas tenían una pequeña escuelita donde no llegábamos a cincuenta en total los discípulos, y allí estudié mis primeras lecturas; tengo muy bonitos recuerdos de aquello. Donde hice la secundaria, en Regina, era un edificio pequeño y se reunían alumnos y maestros, incluso de diferentes grados, en una sola clase; los discípulos no llegábamos a veinte. Colindando con esta escuela estaba la secundaria cuatro para niñas, en la calle 5 de febrero 90, más o menos. Los dos, recuerdo, colegios muy modestos. Pasé a secundaria donde abrieron un curso de transición equivalente al sexto de primaria, continué con el primero de secundaria y salí de ahí a trabajar: mi padre nos dijo por entonces a mi hermano y a mí que ya nos veía con suficientes conocimientos para dejar los estudios y aplicarnos enseguida al trabajo del comercio.

1.- Rius Facius, Antonio: Un joven sin historia. México, Editorial Tradición, 1973.

De acuerdo a su memoria, ¿cuáles fueron sus primeras lecturas?

R. Mis primeras lecturas lógicamente fueron las de los libros escolares. En especial recuerdo Rosas de la Infancia de María Enriqueta Camarillo, esposa del gran historiador Carlos Pereyra. Ya después, cuando estaba en la secundaria, leí de Miguel Salinas sus Cuentos, leyendas y poemas.

Por cierto, Don Antonio, según su libro autobiográfico, usted vivió el conflicto religioso que estalló en 1926 desde un aula escolar, escribió: “Se desató la tormenta. El grito vibrante de ¡Viva Cristo Rey! se repetía como eco interminable en todas las gargantas. Los letreros con la frase desafiante eran pegados en las calles, en los aparadores de los pequeños comercios, en los estanquillos del barrio. Y la alegría de vivir o morir por Cristo contagiaba a los corazones. Mientras, en las catacumbas, chicos y grandes adorábamos a Dios(…)Transcurrieron meses de inquietud, de actos de piedad hechos a escondidas en un rincón del colegio, sin que se vislumbrara el fin de la ausencia de Dios en los sagrarios”.

R. De 1924 a 1927 estuve en la escuela de las señoritas María, Carmen y Luz Dávalos. Desde niño a mí me impactó mucho todo ese movimiento cristero, entonces siempre quise yo conocer qué era lo que había pasado, y cuando crecí y tuve elementos me fui documentando, y después entré en comunicación con los personajes de aquella época. Estando en México conocí a Fernando Mendoza, él fue quien me presentó a Miguel Palomar y Vizcarra. A su vez, Palomar me presentó con Andrés Barquín y Ruiz. Antes, ya había conocido a Luis Beltrán y Mendoza, fundador de la ACJM; con él tuve muchas pláticas sobre el asunto.

Don Antonio, ¿existió en su seno familiar una religiosidad importante?

R. Mi madre sí era religiosa, mis hermanos también, sobre todo mi hermana Pilar. Mi papá no tanto, era católico y todo, pero no era de una gran religiosidad. En aquella época la religiosidad era muy relativa, por ejemplo, en la escuela de las señoritas Dávalos había una religiosidad importante; con ellas hice mi primera comunión el día 8 de diciembre de 1925. 2.- Había mayor religiosidad social, por ello fue tan sensible la cuestión de la agresión callista a la Iglesia y al clero.

¿Usted iba seguido a misa durante aquellos años?

R. Generalmente Pilar, mi hermana, nos llevaba a misa. También iban mis padres. Ya después vino la persecución, lógicamente tuvimos que dejar de ir a misa, aunque no dejó de celebrarse una que otra misa en secreto. De modo que entonces algunas veces acudíamos a misas clandestinas.

Para terminar sobre esta etapa de su vida, podría decirme, don Antonio, ¿cuál fue el propósito al redactar su autobiografía “Un joven sin historia”?

R. El objeto de escribir ese libro fue el dejar un testimonio para las nuevas generaciones de cómo se vivía en aquélla época, cuál era la mentalidad de la juventud, cuáles eran los medios ambientes, todo eso. Si algún mérito tiene esa obra, es la de ser un testimonio bien pensado, bien meditado, con muchos elementos de juicio para esos años, pues abarca un poco más allá de mi nacimiento hasta la fecha que me casé, o sea, a mediados de los años cuarenta. Para ese libro me valí de un diario que comencé a preparar desde 1934, por ahí, cuando era yo muy joven. Reuní fotografías, correspondencia. Entonces, aproveché todos esos elementos para dejar la historia de un joven que no tuvo historia. Aunque no importará mucho como historia novelesca, mi libro sí es importante porque refleja la vida cotidiana de toda una generación de aquel entonces. En esa obra también menciono los comienzos de aquella inquietud y los elementos con los que yo contaba para empezar a preocuparme por recuperar la historia de la ACJM, aunque esa historia la escribí tiempo después, estando ya casado, indudablemente que los principios están descritos ampliamente en Un joven sin historia.

 

II.- Historiador de la ACJM

 

—¿A partir de qué etapa de su vida comienza usted a escribir sobre la ACJM?

R. Empecé a escribir allá por 1947 o 48; primero tuve que documentarme.

Bien, don Antonio, ¿dónde escribió usted su ya indispensable “Méjico Cristero”?

R. Mis libros los preparé alternando trabajo y vida familiar. Escribía en mi oficina de Almacenes Cataluña, la cual se encontraba entonces en la calle 5 de febrero número siete, y mi casa se hallaba en Monte Ararat 125.

Tomando en cuenta el notable auge editorial que se produce en el país hacia el sexenio de Adolfo López Mateos, ¿qué se propuso usted platearle a ese público al dar a luz “Méjico Cristero” en 1960?; por cierto, en una llamativa edición amarilla preparada por Editorial Patria con bellos dibujos en madera de Ángel Zamarripa.

R. Me propuse recuperar la cultura hispano-católica, llamémosle así. Traté de hacer una recuperación del sentido clerical, social, económico, cultural de la Iglesia, o sea, ese concepto trascendental de la sociedad que proclamaba la Iglesia católica. Ese respeto de padres a hijos, la conformación de la familia, la conformación del Estado; todo eso, digamos, tiene como bases la doctrina de la Iglesia, y eso es lo que se defendió durante la Colonia y es lo que defendía Iturbide. Después viene la contra-iglesia, ésta se manifestará como una persecución a quienes practicaban esa doctrina social-religiosa, no únicamente religiosa, sino también social. En este sentido, mi libro Méjico Cristero trató de ser la revitalización de la cultura tradicional de México, con la cual México se había conformado históricamente.

Alguien escribió en las guardas: “Rius Facius emprende animosamente una tarea de investigador y con valentía desusada intenta y consigue la reivindicación de una verdad, que es ya desconocida, de unos hombres que lucharon y murieron por la más noble de las causas, de una gesta heroica que debe enorgullecer a México(…)Es una lucha por la conservación de los valores espirituales permanentes de México; es defensa generosa de la libertad legítima; aparecen como espontáneos brotes surgidos de la entraña misma del pueblo mexicano; y da la medida de lo que hay en la nación, de generosidad, de valor, de raigambre en las convicciones(…)

R. Eso lo compuso mi entrañable amigo Guillermo López de Lara 3., él preparó para mí esa presentación en mi Méjico Cristero.  Por cierto, también él fue muy cercano al padre Bernardo Bergöend y se dio a la tarea de redactar por instrucciones del padre el Ideario Cívico, escrito que ha servido como médula al pensamiento social de la ACJM, sin que entonces ni después apareciera el nombre de su autor.

De acuerdo a lo que sugiere su título de “Méjico Cristero”, ¿cree usted que existió un movimiento cristero abarcando el conjunto de la extensión de la república mexicana?

R. No, por supuesto que no. Méjico Cristero es un poco como el libro México revolucionario; tiempo después de que yo escribí mi libro me encontré con esa obra, o sea, coincidimos en el título. Ese señor que no recuerdo el nombre, ni he leído tampoco el libro. 4. Así es que en aquella época podríamos decir que no todo México fue revolucionario: hubo una revolución en México, y entonces también hubo una rebelión llamémosle “cristera” para darle un nombre ya determinado, pero en la cual no participó ni la mitad de México.

Don Antonio, de acuerdo a su amplia experiencia en el tema, ¿considera usted que existió una división entre diferentes zonas dentro del mismo movimiento cristero, de ser así, por ejemplo, cuál cree que fueron las diferencias entre el área del Bajío y la zona del Altiplano?

R. Bueno, ahí no hubo diferencias realmente. Todo el centro de la república estuvo controlado por la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, y por todos aquellos elementos que se distinguieron: cristeros y mártires. Mártires en el sentido de que murieron por la causa; pero, desde luego, hubo unas partes en la república que estuvieron muy ajenas al movimiento. Todo el norte, inclusive en Chihuahua se ha mencionado mucho que Antonio Guízar Valencia, el obispo de Chihuahua, se opuso a encubrir levantamientos y demás. Hubo después un levantamiento muy posterior, la famosa “nueva Cristiada”, en la cual tuvo parte muy activa Jesús Sanz Cerrada, quien me platicaba mucho de aquello; el cual tuvo que renunciar estando ya en Durango, y estoy hablando ya de los años treinta. Sanz Cerrada tuvo ciertas desavenencias con Aurelio Robles Acevedo, quien era el “jefe” de la Segunda Cristiada, cuyo archivo me lo dio a mí el señor Acevedo, ese archivo lo envié a Condumex y ahí lo han desaprovechado, por cierto.

A pesar de los años ya trascurridos, ¿cree usted que se verificó una “traición” de parte de la jerarquía eclesiástica al haber firmado los arreglos de junio de 1929?

R. “Traición” es una palabra demasiado fuerte para calificar así aquello. En realidad fue una visión distinta del conflicto. Visto ya a sesenta o setenta años años de distancia, vemos que, efectivamente, los que se aprovecharon no fueron los obispos, sino los políticos quienes vieron que ya tenían perdida la causa…

—¿Cómo quiénes?

R. Como Emilio Portes Gil, y todos aquellos. Cuando vieron que Vasconcelos había arrastrado con el descontento, no les convenía que subsistiera ese conflicto porque se podía reencauzar un nuevo movimiento acaudillado por Vasconcelos, y hubiera acabado con el régimen. Eso lo vieron muy bien Portes Gil, Calles y todos aquellos. Así es de que con mucha malicia pudieron darles “atole con el dedo” a los obispos, quienes desde luego ya estaban muy disgustados porque con tres años de no decir misa ni ejercer el ministerio, lógicamente se habían perdido vocaciones, se habían perdido influencias, dinero, y había que restaurar todo aquello: que hubo un rompimiento entre una parte del Episcopado y otra, eso es evidente. Esto representó una oportunidad para los políticos revolucionarios acaudillados por el mismo Dwight Monroe, embajador de Estados Unidos en México.

                       
                                  
III.- Tiempos nuevos: la “leyenda” de la Cristiada

 

Desde nuestra visión de largo plazo, ¿qué fue de la “revolución mexicana”?

R. Para entender lo que fue la revolución mexicana hay que partir de bases que poco han sido tomadas en consideración, simplemente, por ejemplo: la cuestión del censo. Cuando empezó la revolución, en México, habían 13 millones de habitantes, entonces la revolución fue una serie de alzamientos aislados, aprovechados por determinados “caudillos”, llamémosles así por no darles un nombre más agresivo, que son los que cosecharon el “producto”, y al tomar ellos, tanto los gobiernos estatales como el gobierno federal, pues se vieron beneficiados todos: ese pequeñísimo grupo que tomó parte en los levantamientos; porque no fue una sola “revolución”, fueron muchas. En provincia, en cada lugar, había elementos muy diversos. No había una hegemonía, digamos, idealista. No existió un concepto claro de la revolución, tan es así que cuando vino la Constitución de 1917, aquello fue una “cena de negros”.  No se pudieron entender los diputados, y tan salió maltrecha esa famosa Constitución que a la fecha lleva una porrada de rectificaciones, como no se ha visto en parte alguna. Quiere decir que no fue una Constitución surgida de un consenso nacional, sino de un consenso de determinados grupos que se aprovecharon del momento para sacar beneficios personales.

Sobre las recientes beatificaciones desde 1988 con el padre Pro hasta el 2005 con Anacleto González Flores, don Antonio, ¿cree usted que se esté estimando en demasía en general al movimiento cristero  por parte de la Iglesia católica?

R. No. Creo más bien que se ha convertido en una leyenda. En general, estoy de acuerdo con las beatificaciones, aunque como puede verse en algunos de mis libros, desde hace treinta o cuarenta años no he estado de acuerdo con algunos caminos que han decidido tomar altos prelados de la Iglesia católica.

 

¿Qué opinión le merece la figura del líder Anacleto González Flores?

R. Fue un tipo extraordinario; es uno de los más sobresalientes actores de la Cristiada. Desde luego, indudablemente. A él le haría una equivalencia con José Antonio Primo de Rivera, de España; eran, los dos, constructores de una patria nueva, poseedores ambos de una visión distinta. No únicamente eran defensores de su fe; de esos hubo muchos. Anacleto merece todo mi respeto, cariño y gratitud.

Como conocedor de la historia, para usted, ¿cuál fue la finalidad de Anacleto González Flores?

R. Bueno, Anacleto tuvo el doble mérito de ser un dirigente social y ser un dirigente religioso, o sea, para él la religión no era únicamente un acto de piedad, sino era una forma de conducta, una forma de ser. Eso vale mucho. Voy a decir, supongo, una tontería, pero Anacleto González Flores hubiera sido uno de los fundadores del Partido de Acción Nacional, como lo fue Efraín González Luna, su mismo compañero de él. No fue tan señalado como Anacleto, pero también forma parte de esa corriente: la corriente cívico-social-religiosa, pero no cívico-guerrera, de la que podría considerarse a personajes de la Cristiada como José de León Toral o Luis Segura Vilchis, a quien yo en lo personal admiro mucho por su valentía.

Don Antonio, ¿cuál sería la diferencia fundamental entre dos personajes tan singulares como Anacleto González Flores comparado con Segura Vilchis?

R. Es que Luis Segura Vilchis era un agresor, era un guerrero, lo contrario de Anacleto. Anacleto, hasta donde yo sé, él no formaba parte de la organización, digamos, bélica, sino formaba parte de la organización social. Él buscaba por medio del pensamiento, la doctrina, la palabra, por medio de su labor cívica cambiar las condiciones de México. Ahora, si nos referimos a René Capistrán Garza, él no fue un guerrillero, pero sí estaba más cerca que Anacleto de la organización bélica.

Anacleto, visto como personaje fundamental del movimiento cívico-social, ¿qué tanto tuvo qué ver su origen regional para esta proyección histórica que ha merecido?

R. Mucho. Por ejemplo, el estado de Jalisco en general ha sido tierra de grandes pensadores, escritores y poetas: Enrique González Martínez, por ejemplo. Jalisco y Michoacán dieron gente de mucha estirpe, de mucho sentimiento nacional, de mucho sentimiento regional, quienes veían a la patria como un todo, no como una cosa de confrontación social, sino que veían otros valores: valores recibidos de la Historia de México, de la Colonia, de toda esa trayectoria, y el centro de la república se caracterizaba por eso. Y es en donde cundió precisamente el movimiento, por lo mismo. Y las demás partes tenían una mentalidad distinta del sentido histórico-social-religioso. La religión no era únicamente la práctica, digamos, cotidiana de un culto, era algo más. Era una forma de ser. Es la consecuencia de la Conquista y del gobierno colonial: como se había encauzado allí la educación. Recordemos que la Iglesia católica estuvo encargada por siglos de impartir educación, incluso de la sanidad, entonces tuvo que valerse de medios económicos y de un sistema. La cultura estaba en manos de la Iglesia, no era únicamente una cultura religiosa, sino una forma de ser y de concebir a la vida, la sociedad y a la familia. Anacleto González Flores, entonces, formó parte de esa cultura tan específica.

 

Cambiando de tema, y partiendo del hecho de que la colección Antonio Rius Facius que tiene Condumex es uno de los acervos más valiosos sobre el movimiento cristero, ¿cómo considera dentro de su propia trayectoria el haber reunido ese material?

R. Uno de los grandes méritos de mi existencia, pero un mérito desgraciadamente perdido en un buen porcentaje, fue que desde muy joven empecé yo, primero, con el interés que despertó en mí el movimiento cristero, comencé a adquirir un volumen muy importante, muy interesante, primero de libros, después de folletos, ya después, cuando me relacioné con personajes de la época, tuve oportunidad ya de conseguir una documentación directa, muy importante de todo aquello. Llegué a reunir más de cuatrocientos o quinientos volúmenes relacionados, todos, con el asunto cristero. Yo llevé todo eso a Condumex pensando que ahí conservarían aquello como yo lo había coleccionado, durante, sin hipérbole ninguna, durante cuarenta años. Todo aquel esfuerzo fue para mí más meritorio que el escribir la historia de la ACJM. El valor del esfuerzo para mí, y de ese acervo, no tiene equivalencia. Es más importante incluso que lo que pueda haber escrito Jean Meyer o pueda haber escrito yo. Vale mucho más el acervo, para mí, que cualquier versión escrita que aun pueda escribirse.

 

Finalmente, don Antonio, ¿cómo será el próximo libro sobre Historia de México que ya está preparando para sus lectores?

R. Bien, empecemos por decir que yo formo parte de la generación que ha vivido más cambios sociales, políticos, económicos, culturales y científicos en la historia entera de la Humanidad. Como ya dije, nací en 1918, y durante estos ochenta años la historia del mundo ha cambiado más que en todo el periodo anterior; además, ahora las nuevas generaciones no pueden entender la historia debido a la falta de paralelismo social-demográfico en que viven, por ejemplo, cuando se habla del fusilamiento de Agustín de Iturbide, la gente no es capaz de comprender el heroísmo de aquel personaje; imagine que en un pequeño poblado, Soto la Marina, donde a lo mejor vivían dos o tres mil gentes, hacia 1824, juzgan ahí al personaje capital de la época, y lo fusilan. Actualmente eso no se puede entender porque vivimos en un mundo tan tumultuoso que resulta difícil situarse en aquel pequeño mundo de sentimientos y valores diferentes. Los valores actuales son totalmente distintos a los de entonces. Yo admiro y venero a la memoria de Iturbide porque me sitúo en aquella época. Actualmente Iturbide, como Hidalgo y demás, son como seres mitológicos, tal vez como Napoleón. Entonces, mi libro pretende ser una visión anecdótica, es una visión más personal de determinados capítulos históricos a través del estudio o del recuerdo de la celebración de las fiestas patrias, para situar al lector en el momento histórico de la época. El libro va a abarcar desde 1810 hasta los años cuarenta o cincuenta del siglo pasado.

 

Pues seguramente será muy interesante. Por mi parte es todo, don Antonio, le agradezco esta charla, y que siga bien como siempre.

R. De nada, gracias.

 

***

Algunos títulos publicados por Antonio Rius Facius

 

Poesía

Ilusiones, México, Editorial Polis, 1938.

Horizontes interiores, México, ADI, 1946.

 

Cuento

 

El retrato de ovalito, México, Editorial Patria, 1959.

 

Arte y literatura

Con la prosa de la Nueva España, México, Editorial Patria, 1968.

La literatura virreinalista en México, México, Costa Amic Editores, 1987.

Galería de pintores, México, Costa Amic Editores, 1981.

En mi sillón de lectura, Guadalajara, Jal., Asociación Pro-Cultura Occidental, 2002. (Ejemplares disponibles en la UAG)

 

Historia

De Don Porfirio a Plutarco. Historia de la ACJM, 1910-1925. México, Editorial Jus, 1958.

Méjico Cristero. Historia de la ACJM, 1925-1931. Dos tomos ilustrados. Guadalajara, Jal., Asociación Pro-Cultura Occidental, 2002. (Ejemplares disponibles en la UAG)

La juventud católica y la revolución mexicana, México, Editorial Jus, 1963.

 

Ensayo y polémica periodística

Palestra espiritual, México, Editorial Jus, 1965.

Lanza en ristre. Frente a los ataques del progresismo marxista, Edición del autor, México, 1968.

Los demoledores de la Iglesia en México, México, Editorial Saeta, 1972.

UNA, Santa, Católica y Apostólica Iglesia, México, Editorial Saeta, 1977.

 

Biografía

Bernardo Bergöend, S.J. Guía y maestro de la juventud mexicana, México, Editorial Tradición, 1972.

Un joven sin historia, México, Editorial Tradición, 1973. (Ejemplares disponibles en la UAG)

¡Excomulgado!, trayectoria y pensamiento del presbítero Dr. Joaquín Sanz Arriaga, México, Costa Amic Editores, 1980.


2.- Se lee en un Joven sin historia: “La labor de aquellas buenas maestras no se reducía a la enseñanza de conocimientos prácticos: iba más allá, hacia los dominios del espíritu, hacia la presencia de Dios. Mi escuelita era una perfecta prolongación del hogar, y en ella aprendí las lecciones del catecismo del padre Ripalda, y las oraciones propias para los sacramentos de la confesión y la comunión: el credo, el Yo Pecador, el Señor Mío Jesucristo”.

3.- Guillermo López de Lara nace en la ciudad de Zacatecas el 5 de enero de 1905. Estudia Leyes en la capital de la república. Fue integrante de la ACJM desde sus primeros años, y entre sus obras destacan Ideas tempranas de la política social en Indias; Hombre cabal, historia de un médico. Atisbos de una época;  Agustín Primero; Hablando de López Velarde y Por las barbas de Maimónides. Se encuentra una semblanza de López de Lara en el libro En mi sillón de lectura, de Antonio Rius Facius, Asociación Pro-Cultura Occidental, 2002.

4.- Breceda, Alfredo: México revolucionario, Madrid, Tipografía Artística, 1920; segundo tomo: México, Ediciones Botas, 1941.

 

 
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